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martes, 12 de agosto de 2008

La inflación y el fundamentalismo neoliberal

Marcos Chávez M.
Los banqueros centrales tienden a seguir modas y novedades. A principios de la década de 1980 cayeron rendidos ante el hechizo del monetarismo, una teoría económica simplista promovida por Milton Friedman. Después de que el monetarismo quedara desacreditado comenzaron la búsqueda de un nuevo mantra. La respuesta llegó en la forma de la “fijación de metas inflacionarias”, que dice que, siempre que el aumento de los precios supere un nivel que se ha puesto como objetivo, es necesario elevar los tipos de interés. Esta receta poco sofisticada se basa en pocas evidencias empíricas o teorías económicas; no hay razón para esperar que, independientemente de la causa de la inflación, la mejor respuesta sea aumentar los tipos de interés.
Joseph Stiglitz, premio nobel de economía

Los infructuosos resultados alcanzados por las medidas impuestas por el banco central, para tratar de contener el alza de los precios registrados en lo que va de 2008, no sólo cuestionan la naturaleza de esas políticas, sino que vuelven a colocar en el centro de la discusión la estrategia monetaria ortodoxa instrumentada por el Banco de México (Banxico) en los últimos 25 años, para tratar de afianzar inútilmente la estabilidad macroeconómica. Esto, desde el punto de vista teórico como por sus pobres resultados obtenidos y sus altos costos económicos y sociales, así como sus objetivos definidos en su ley orgánica y la propia autonomía del instituto.
La dinámica de los precios en la primera mitad de 2008 evidencia que éstos se han desbordado. Su tendencia actual apunta que, al cierre del año, el nivel de la inflación se ubicará por arriba del 5 y 6 por ciento, el doble de la meta programada del 3 por ciento. Será la variación más alta desde 2001 y 2002, cuando fue de 6.4 y 5 por ciento, respectivamente. Por sí misma, la inercia inflacionaria y la dispersión observada en la estructura de los precios no permiten guardar dudas al respecto. La tasa anualizada del índice general de los precios al consumidor para junio fue de 5.3 por ciento, 32.2 por ciento más que la registrada en junio de 2007. La de la canasta básica fue de 6.1 por ciento, 34.4 por ciento más alta que hace un año. La de la inflación subyacente y no subyacente fue de 5 y 5.9 por ciento, 30.1 y 37.1 por ciento más, en cada caso. Los precios del productor subieron 5.87 por ciento, 57.8 por ciento más. La tasa del componente importado fue 8.9 por ciento, es decir, 48.3 por ciento superior.
Varios elementos refuerzan la hipótesis de una creciente inflación. Uno, son los dos periodos estacionales del segundo semestre, donde normalmente aumentan más los precios en comparación a otros meses del año: el retorno a clases y las compras navideñas. Otro, son las expectativas, cuyas secuelas ya se resienten. Ante la percepción –plenamente fundada– de mayores costos de producción, los empresarios, productores e intermediarios ya se han adelantado: los están transfiriendo a los usuarios por medio de precios más altos, o porque simplemente aprovechan las circunstancias para obtener ganancias especulativas adicionales, ante la ausencia de mecanismos institucionales que castiguen su voracidad y protejan a los consumidores, así como por el fundamentalismo ideológico y maniático de los neoliberales que les impide regular los mercados y los precios. Otro elemento más es la inflación importada. Como se ha señalado, los precios mundiales de los alimentos, los hidrocarburos y sus derivados y otros bienes y servicios seguirán aumentando por varios años más, debido al frenesí de los especuladores que han convertido en un casino a esos sectores luego del desplome de los mercados financieros, cuyas ganancias se han visto afectadas por la caída de las bolsas, arrastradas al abismo por el colapso de la industria inmobiliaria iniciada en Estados Unidos y de un gran número de empresas e intermediarios.

Como era de esperarse, prácticamente todos los países, en especial los subdesarrollados como México, son doblemente víctimas, en diversos grados, por el hambre y escasez de alimentos. Por un lado, por ese “crimen [en] contra [de] la Humanidad” –como lo calificara el relator de las Naciones Unidas para los asuntos de la Alimentación, Jean Ziegler–, que están cometiendo las empresas trasnacionales petroleras y agroalimentarias, los fondos de inversión y otros grupos financieros; y, por otro, por la destrucción local de las actividades productoras de esos bienes y el desmantelamiento de los mecanismos institucionales que los administraban, impuestos por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, e instrumentados por los neoliberales locales, que dejaron la autosuficiencia alimentaria a las multinacionales. El encarecimiento de los bienes y los precios se complicará aún más ante la decisión de países como Vietnam o Brasil, entre otros, por restringir la venta al exterior de alimentos para, sensatamente, asegurar su abastecimiento interno.
A los puntos anteriores es menester agregar otros tres más, relacionados con la política económica calderonista, verdaderas joyas de lo peor que se puede hacer en contra de una sociedad, siempre y cuando se suponga que un gobierno debe de velar los intereses nacionales:
1) El fracasado programa de “protección al consumo familiar”, que aplica dos de las medidas causantes del actual encarecimiento de los precios internos: la mayor reducción arancelaria que, en un escenario recesivo e inflacionario, desalentará aún más la producción local agroalimentaria, tal y como sucedió cuando se inició el desmantelamiento de los impuestos a las importaciones (el acuerdo comercial con Estados Unidos en 1985, el ingreso al GATT, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el adelanto de la desgravación de los bienes agrícolas con Vicente Fox); el aumento de las compras externas de alimentos, justo cuando sus precios se elevan, lo que reforzará la inflación interna y ampliará la dependencia alimentaria y el desequilibrio comercial.
2) El alza adicional mensual a los precios de los energéticos (gasolinas, diesel, gas y electricidad), a partir de julio, decretado por el calderonismo, a través de la Secretaría de Hacienda. La cadena productiva es altamente sensible, por inelástica, a las variaciones de esas tarifas, lo que retroalimentará la inflación. Las mayorías sufrirán por dos vías dicho aumento: directamente, por su consumo; indirectamente, por su demanda de otros bienes. En junio de 2007, la tasa anual de los precios de esos bienes y servicios, conocidos como “administrados”, había decrecido 3.82 por ciento y al mismo mes de 2008 se ha incrementado 5.84 por ciento. La electricidad había decrecido 18.7 por ciento y ahora acumula una alza de 9.9 por ciento. El gasto doméstico se eleva 5.24 y 5.14 por ciento, en cada caso; la gasolina de alto octanaje 3.03 y 5.74 por ciento, y la de bajo octanaje 2.17 y 3.52 por ciento, respectivamente. Literalmente, Felipe Calderón pretende controlar el fuego de la inflación arrojándole gas y gasolina.
3) El aumento de los réditos aplicado por el Banxico para tratar de “controlar” la inflación. El banco central aspira contenerla por medio del castigo del consumo y la inversión productiva que dependen del crédito. Nominalmente, los réditos (cetes a 28 días) empezaron a subir gradualmente entre abril de 2007 y junio de 2008 (la tasa anualizada pasó de 7.01 por ciento a 7.52 por ciento, ubicándose en su nivel más alto desde febrero de 2006, cuando fue de 7.61 por ciento). En términos reales, entre diciembre y junio, los intereses promedian 3 por ciento, contra 3.02 por ciento registrados en 2007. En consonancia, el resto de los intereses de la economía se han elevado.
Actualmente es claro que el crédito de la banca comercial al sector privado no bancario se desacelera. En octubre de 2007 creció a una tasa real anual de 24.7 por ciento y en mayo de 2008 lo hizo en 18.1 por ciento. El de la vivienda pasó de 30.5 por ciento en enero pasado a 18.4 por ciento; el del consumo –tarjetas de crédito y consumo duradero– cayó 7.5 por ciento en mayo, pues los réditos a las tarjetas de crédito se ubicaron en 34.24 por ciento en ese mes, su nivel más alto desde septiembre de 2005, cuando fue de 34.48 por ciento. Los sectores agropecuario, industrial y de servicios también resienten el encarecimiento del crédito. Asimismo, la formación bruta de capital apenas había crecido 3.2 por ciento, en promedio real, entre diciembre de 2007 y abril de 2008, su tasa más baja desde la recesión de 2001-2002. Al terminar este año podría estancarse (cerca de 0 por ciento) o incluso podría decrecer. En ese sentido, los mayores intereses inducidos por el Banxico están cumpliendo su propósito: reducir la demanda real (consumo e inversión productiva). La inflación complementa su tarea: el poder de compra de los salarios reales contractuales se deteriora. En abril su capacidad adquisitiva retrocedió 0.19 por ciento y en mayo 0.65 por ciento. En el caso de los mínimos, al cierre de 2008 la inflación será del doble o casi de su aumento decretado para el año.El único problema es que la inflación no baja. Por el contrario, se acelera.La receta del estrangulamiento monetario falla. Por la inflación importada, asociada a los altos precios de los alimentos foráneos, el aumento de costos y la especulación. Pero ello es la contracara de otro hecho fundamental: el abandono del sector agropecuario por los gobiernos neoliberales, que han reducido el presupuesto al sector, que privatizaron la banca comercial que no le interesa prestar a esa actividad, que quebraron la banca del desarrollo y que abrieron deslealmente las puertas a las masivas importaciones más baratas hasta 2004-2005. Y por el castigo aplicado por el Banxico con los dilatados réditos reales altos.
Como dice Joseph Stiglitz, la receta poco sofisticada del Banxico, usada hasta la saciedad, está a prueba y fracasará como en incontables ocasiones. El alza de los réditos no es suficiente para bajar la inflación. A menos que se eleven a niveles intolerables. Pero antes, en caso que sucediera esa situación, tendrán que desplomarse sustancialmente otros precios que no dependen del exterior para compensar el de los importados que no caerán. Como dice Stiglitz: “La cura sería peor que la enfermedad”. Antes se desplomará la demanda interna, el consumo, la inversión y la producción con la equivocada estrategia monetaria, que contribuirá a que la economía se hunda en una recesión inflacionaria con alto desempleo, como ya es perceptible. Pero antes se pagarán las consecuencias de la insolvencia de los usuarios del crédito y los problemas de la banca privada, cuya cartera vencida real subió 8.9 por ciento de diciembre de 2007 a mayo de 2008 –de 32.2 mil millones de pesos (MMDP) a 35.1 MMDP—, o 32.5 por ciento de mayo de 2007 a mayo de 2008 (de 26.5 MMDP a 35.1 MMDP); más lo que se acumule.
Los únicos que parecen estar felices son los especuladores financieros, sobre todo los externos, que han aumentado la compra de títulos de deuda pública, aunque a menor ritmo: 23 por ciento entre diciembre de 2007 y mayo de 2008 (de 226.6 MMDP a 279 MMDP). En mayo de 2007 poseían el 8.9 por ciento del total de papeles. Un año después, el 12.7 por ciento.
Es cierto que el banco central cumple con su tarea, aunque sea de la peor manera. El problema radica en tres planos: está controlado por los chicago boys; su ley orgánica lo limita a controlar la inflación sin importar los costos de sus políticas; su “autonomía” le evita rendir cuentas a la sociedad, de quien está completamente alejada. No le importa.


Revista Contralínea / México
Fecha de publicación: 01 de agosto de 2008 Año 7 No. 107

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